28 dic 2008

SEMBLANZA DE JOSÉ ANTONIO ROMÁN LEDO

José Antonio Román Ledo, nació en Huesca el 19 de Diciembre de 1943 y murió en Zaragoza el 23 de abril de 2007.

Su infancia transcurrió en la capital oscense hasta que, muy joven, se trasladó a Zaragoza. Allí trabajó durante su juventud en una empresa de muebles para, más tarde, hacerlo como visitador médico. Fue gerente del Centro Regional de Oncología y Medicina Preventiva de Aragón y Secretario de la Asociación Española contra el Cáncer (1982-1985).

Tras unas duras oposiciones comienza su labor en la Diputación de Zaragoza. Desde 1986 fue coordinador de Programas Culturales en la Diputación Provincial de Zaragoza, donde también estuvo al frente del Departamento de Protocolo, del de Formación y del de Unión Europea. Fue responsable del Patronato Provincial de Turismo (1996-97) y Secretario del Centro Asociado de la UNED en Calatayud y de su Universidad de Verano (1989-90).

Un gran lector. Su debut como escritor comienza con la publicación de su guía "Moncayo", aunque su labor en la literatura había comenzado mucho antes con la participación en diversos libros colectivos, revistas del ámbito cultural (Poemas, Barataria...), y otras antologías literarias.

SUS PUBLICACIONES Y ACTIVIDADES.

Ha firmado trabajos en los siguientes libros colectivos:

"Las Altas Cinco Villas", Trazo Editorial, Zaragoza, 1987;
"Zaragoza Exclusiva", Edic. Ibergesa, Zaragoza, 1991;
"Zaragoza, provincia abierta", Diputación de Zaragoza, 1991, (reed.1995);
"La Televisión local ante el reto del Cable", Asoc. de la Prensa de Aragón, 1995

Publicado en solitario:

"El Moncayo", Edic. Júcar, Gijón, 1995;
"Tarragona", Ed. Nogara, Zaragoza,1996;
“La serpiente multicolor”, Institución Fernando el Católico, Zaragoza, 1999;
“Leyenda del Chupina”, Colección Visiones, Editorial Delsan, Zaragoza,2003;
“Repertorio de engaños”, Huerga&Fierro Editores, Madrid, 2003;
“Gaseosas de Papel”, Libros Certeza, Colección Cantela, Zaragoza, 2004;
“Un francés y el emperador de Haití”, Colección Visiones, Editorial Delsan, Zaragoza 2004;
“Julio Alejandro. Guionista de Luis Buñuel”, Biblioteca Aragonesa de Cultura, Institución Fernando el Católico, 2005;
“La montaña Marina”, Disco–Libro de Monte Solo, Zaragoza, 2005.
“El hombre de la chilaba blanca” (Relato), Criaturas Saturnianas, Zaragoza, 2006;
“Yogur Griego”, Libros Certeza, Colección Cantela, Zaragoza, 2007.

Publicaciones póstumas:

“Ducha Escocesa”, Libros Certeza, Colección Cantela, Zaragoza, 2008. (25 autores amigos se acercan a su figura y a su literatura).
“Micología Aplicada” y “La serpiente multicolor”, Libros Certeza, Colección Redallo, Zaragoza, 2008.
(Reedición de “La serpiente Multicolor”, Premio Isabel de Portugal de narrativa 1998, y publicación de la inédita “Micología aplicada”.

En su bagaje cultural destacan las siguientes referencias: Vocal de la Junta Directiva de la Asociación Aragonesa de Amigos del Libro desde su fundación en el año 1991, Director de la revista literaria BARATARIA (2003–2006), miembro activo de la Asociación Aragonesa de Escritores, Asociación de Funcionarios Santa Isabel de Portugal, fundador y Presidente de Honor de PROCURA (Profesionales de la Cultura de Aragón) y Vicepresidente del proyecto EXPO 2008.

BARATARIA Nº23. Un homenaje a Román Ledo

La revista BARATARIA, de la Asociación Aragonesa de Amigos del libro, rindió un homenaje a José Antonio tras su muerte.

Con fecha de noviembre de 2007, la publicación recogió los trabajos de sus amigos escritores que le dedicaron emotivos artículos en su recuerdo. Muchos de los artículos que editamos a continuación están recogidos de este número de la revista.

27 dic 2008

PÁGINAS DE AMISTAD. Juan Marín.

por Juan Marín (Profesor)

No puedo recordar cómo conocí a José Antonio Román. Teníamos todos veinte años y cada día ocurrían mil cosas, todas distintas, veloces, deslumbradoras. Las personas interesantes surgían, de repente, en cualquier sitio: nos reuníamos mucho en las casas, en Los Espumosos, en el Niké, en la Librería Hesperia, en el paseo, en el cine Elíseos, en las sobremesas y en las madrugadas. Y siempre había alguien nuevo: un pianista de Jazz, un experto en Vivaldi, un periodista pro-Fidel Castro, un rojo borracho, un zumbao, un filólogo, un conde, un director de cine. Y también muchas chicas de Teruel y una pintora que se llamaba Julia y un dominicano pelirrojo. Y mucha gente del PC. Éramos mogollón en un camarote pequeño y desordenado, lleno de discos de música francesa y catalana y con el ruido de fondo constante de una máquina de ciclostil de la que salían volando textos panfletarios o poemas de Neruda. Creo que José Antonio Román apareció por allí a poner un poco de orden. Y ahora caigo en que las primeras veces que lo vi, fue siempre acompañado de Ignacio Prat. Entre los dos había una complicidad envidiable y envidiada. Pero pronto me di cuenta de que era Prat quien necesitaba a Román. Como acabaríamos necesitándole todos los demás poco a poco. Con José Antonio, uno se sentía siempre relajado en medio de aquel vendaval de la Zaragoza de los 60. Éramos frágiles e inseguros y España era un lago de aguas quietas con grandes turbulencias a poca profundidad. Había que sujetarse a alguien cuando el suelo se movía y él estaba siempre ahí, generoso y sabio, amable y sereno. Cariñoso. Amigo.

Pero tengo que aclarar algo, cuando hablo de José Antonio, no estoy hablando de una persona sino de dos. Porque me es imposible pensar en su rostro sin ver el de María Elena, su mujer. Pienso en la voz de él y la escucho mezclada con la risa de ella; voy a darle un abrazo y es a ella a quien noto cerca. Los Román: ellos dos nos han hecho sentir tan felices en tantos momentos, tantos años, a tanta gente...

Reconozco la originalidad de José Antonio como escritor pero he de aclarar que para mí, eso es algo secundario; él ha elaborado metáforas brillantes e inventado palabras muy ingeniosas pero, por encima de todo, escribió páginas de amistad tan intensas y verdaderas que han permanecido en el tiempo –en nuestra vida– como auténticas obras maestras de esa literatura que sólo se publica en la memoria y se guarda en el corazón.

ELEGÍA. Miguel Ángel Marín Uriol


Un rastrojo final ronda la orilla
y el fantasmal abismo de tristeza
en polvo decadente, vence, humilla,
embriaga un crepúsculo. Destreza
no le falta, solemne acuchilla
la imagen del amor, la sutileza.

Agreste hueco exhala, siembra y trilla
mutilado por siempre y la belleza
expiró en tu sonrisa, en tus labios,
tus ojos una lágrima invisible.

Descansaste en paz amigo mío
y, ¿qué valles cantar si funerarios
en Bulbuente su luz es tan sensible
y el Mons Caunus se me hace tan sombrío?

Miguel Ángel Marín Uriol

EL CIELO DE ROMÁN. José Luis Gracia Mosteo

por José Luis Gracia Mosteo (Escritor y Crítico literario)

“No ocurre con frecuencia, pero a veces el crítico se sorprende. Después de décadas leyendo novedades, ha llegado a pensar que es imposible hallar nada nuevo, pero de repente descubre un libro esperando como el arpa la mano becqueriana. Un arpa que, sin embargo, suena a saxo. Son los raros. Ese grupo de escritores inclasificables que nos agitan con una retina que nada tiene que ver con la nuestra. Y es que la experiencia de leer a un raro es como beber de un trago un vaso de tequila: no sabes si vas a acabar cantando o a acabar tumbado. Pasa con Vila-Matas, pasa con Julián Ríos, pasa con Román Ledo. ¿Román Ledo ha dicho? Eso mismo pensé cuando Javier Aguirre me habló de él para incluirlo en la colección Cantela. El libro tenía un título extraño, Gaseosas de Papel, y contaba con cien microrrelatos. No llevaba leídos una veintena, cuando me sumí en la perplejidad. Pero, ¿es posible que haya escritores capaces de hacer relatos a base de palíndromos, anuncios publicitarios, etiquetas de vino y declaraciones de notario? ¿Es posible recrear sin perder la originalidad un episodio de violencia doméstica, resucitar a Sacher-Masoch o recrear al Gregorio Samsa de Franz Kafka? Pues sí. Decía Paul Valéry que “no existe lo inefable, sólo lo inexpresado”, y tiene razón. Román Ledo es la prueba. Por eso en este milenio donde parece que todo está dicho, el hallazgo de nuevas formas de expresión donde la forma retuerce el fondo como la joroba al jorobado (he ahí la introducción de Víctor Hugo a Notre Dame de París), es una experiencia similar a la de contemplar por vez primera una obra cubista. Son autores peligrosos de los que no cabe fiarse por imprevisibles. Autores arriesgados que se la juegan en cada libro. Pero son tan originales que uno no puede evitar quererlos leer. Yo, por ejemplo, jamás le dejaría las llaves del coche a Román. Sin embargo siempre abriría un libro suyo. Siempre querría descubrir lo que hace”, eso escribía hace un par de años en El Monstruo del Espejo.

Ahora Román se ha ido pero su literatura sigue asombrando a quien lo lee, me sigue asombrando, sigue viva. Como su autor. Porque un escritor está vivo mientras hay alguien que lo lee, y José Antonio Román Ledo invita a ser descubierto como una isla ignota pero, sobre todo, invita a ser releído. Es por eso que no imagino a José Antonio lejos, sino cerca, tal que ahí, recostado como un ángel en mi biblioteca, esperando la voz que le diga “levántate y habla”. Por eso José Antonio Román Ledo nunca morirá: por la misma razón que no dejo las llaves del coche al lado de sus libros. Y es que sabe Dios dónde sería capaz de irse para luego podérnoslo contar. Lo mismo al cielo. Y eso sí que no. Que todavía nos quedan muchas charlas. Todavía nos quedan muchos paseos. Aunque, si se va, no creo que sea difícil encontrarlo. Al fin y al cabo, como Ariadna y su hilo, como Pulgarcito y sus miguitas, ha dejado un buen rastro, ha dejado sus libros. Así que lo tiene claro si cree que se va a quedar en la urbanización esa de El Cielo.

ROMÁN, EL PALABRISTA. Fernando Villacampa


por Fernando Villacampa (Profesor)

... Había una biopsia en sus palabras.
(De un poema juvenil de J.A. Román, publicado hacia 1965 en Cuaderna Vía, revista del Aula de Literatura dirigida por Joaquín Mateo).

No buscaba hacer literatura con la vida, sino vida con la literatura (¡y cómo duele hablar de él en pasado!).
O viceversa. Porque en él, literatura y vida se hacían sinónimos. Se refractaban, como en una infinita galería de espejos. Como en una partida de frontón que jugara consigo mismo, él iba de su corazón a sus asuntos, y de sus asuntos a las palabras, y de las palabras a su corazón...

Le gustaba jugar con el desconcierto de sus interlocutores, a los que nos podía parecer que estaba recreando la realidad a partir de la ficción, cuando lo que hacía -casi siempre- era presentarnos en formato de ficción personajes y hechos clonados de la más tangible realidad. El episodio del diluvio de sapos, al que ha hecho referencia en alguno de sus relatos, es rigurosamente histórico. Nos sobrevino a los cuatro viajeros -él, Ignacio Prat, Javier Albiñana y yo-, en alguna carretera de Castellón o de Teruel mientras tratábamos de arrancar con manivela el trallado Dyane 6 de Román, en el que regresábamos, en el verano del 67, de un homenaje a Miguel Hernández en el 25 aniversario de su muerte, en el cementerio de Alicante (homenaje, por supuesto, contundentemente desmantelado por los grises...).

Román fue un escritor tardío, pero un narrador temprano. No hay motivo de sorpresa en lo prolífico de su última etapa. Cuando se decidió a editar, no tuvo que hacer mucho más que recordar y organizar el magma de microrrelatos con los que, en forma oral, nos había ido entreteniendo e ilustrando a los que gozamos de su amistad desde muchos años atrás.
Es decir, que mucho antes que escritor había sido un gran hablador. Y un palabrista nato. Alguien a quien no le vale el primer sinónimo que salta a la lengua. Un explorador de modismos, un catador de sintagmas, un cazador de palabras. Sus armas cinegéticas eran, más que los diccionarios, el hondón de la memoria lingüística y la antena siempre dispuesta a captar la elocución de próximos, ajenos y viandantes en general.
–¿Un cigarrito?
–Gracias, no gasto.
Y sí que gastaba. Pero podía rechazar el ofrecimiento a cambio de darse el gusto de utilizar la 5ª acepción académica del verbo.

Escucharle era un placer igual de fértil, por lo menos, que leerle. Sus palabras eran poliédricas y universales, porque abarcaban el universo, su universo. Contenían el mundo. Lo contenían o lo desbordaban.
Sus palabras, cargadas unas veces de indignación, otras de benevolencia, otras de ternura, otras de ironía, podían ser saetas, mariposas, matasuegras. Palabras de su mundo, en el que nos acogía: Bulbuente, Quimpabám, Calacangrejos, Marilena. Las palabras de la tribu y de la tribuna. Palabras que eran a veces como el pan candeal, como la uva garnacha. Palabras transitivas, palabras para hablar de muchas cosas (compañero del alma...).

Había una biopsia en sus palabras.

EN SALLENT. Amadeo Cobas

por Amadeo Cobas (Escritor)

Yo me enamoré de José Antonio Román Ledo en Sallent de Gállego. Con el sabor del Pirineo aragonés, bajo la mole inaccesible de Peña Foratata, con la mirada nevada y el frío colándose de rondón en las almas.
Aunque suene extraño, fue así. Me enamoré de la personalidad y del cariño de este hombre único.
Ocurrió en Sallent a lo largo de aquellos fines de semana condensados, de arduo trabajo de deliberación, como parte del jurado que éramos, cuando habíamos de determinar el ganador y los finalistas del concurso «Luis del Val» de relatos. Para mí fueron tres años inolvidables. Aunque estoy seguro que la competencia que tenía en mis amores sanos y puros era atroz. Me consta que José Luis Gracia Mosteo y Javier Aguirre, también jurados, habían sentido sus respectivos corazones conquistados por José Antonio. Igual que ahora sienten la flojera que siento yo: la de la ausencia del amigo.
Tenía José Antonio varias vertientes, a cual más interesante, a cual más arrebatadora.
Yo me maravillé por su inventiva, por esa búsqueda a la caza y captura de frases, juegos de palabras, diccionarios a desarrollar, palíndromos y demás. Caí rendido a causa de su ingenio, me sedujo la sorna de un humor aragonés dulce, que rezumaba la miel del bromeo divertido y no dañino.
Yo me dejé mecer por las aguas mansas de esa calma de la que hacía gala, de su prestancia de capitán marino en tierra después de domeñar el temporal, aquietando una conversación que se agita amenazando con turbar la placidez convocada por la simple presencia de José Antonio.
A mí me conquistó su cercanía, amabilidad y desprendimiento.
Por eso echo de menos su sonrisa. Por eso Sallent de Gállego no será nunca igual para mí ni para ninguno de los que tuvimos la suerte de enamorarnos de una persona insustituible. Sin tener culpa, Sallent será un poco más gris cada vez que volvamos allí para deliberar.
Perder a un amigo como José Antonio Román Ledo duele sin tregua.

HASTA SIEMPRE, JOSÉ ANTONIO. José Luis de Arce

por José Luis de Arce (Abogado y articulista)

Me cuesta acostumbrarme a su vacío, pese a que la bruma del tiempo ya lejano me sigue devolviendo su figura flotando entre las nubes grises del recuerdo. Ya no suena su llamada cualquier atardecer para hablar y para discutir sobre el número siguiente de esta revista, que él preparaba y trabajaba con esmero desde hace ya muchos años…

Ya no tengo su quehacer meticuloso, su siempre atinada opinión, su solvente selección de contenidos, sus siempre difíciles descartes de trabajos. Tampoco tengo ya ese toque de atención de última hora en que me reclamaba lo que de mí tenía pendiente.

Por todo eso me cuesta también ponerme ahora a dedicarle unas líneas en la primera Barataria que él no podrá ya ver, ni acariciarla con sus dedos recién salida de la imprenta, con ese tacto suave con que se acarician las cosas que uno quiere, con ese olor de lo reciente, con el orgullo de ver algo tuyo entre tus manos; me cuesta mucho todo esto, José Antonio.

Sabed que José Antonio puso empeño y entusiasmo en sacar adelante Barataria; en cada uno de sus números; se ocupó de su diseño, impuso formato y color, la dotó de ese aire cervantino y quijotesco que tan bien cuadra con su título de ínsula y procuró siempre atender a todos los amigos del libro, poetas, escritores, lectores, premiados y demás gentes que componemos este mundo complejo que teje sus redes, sus intereses y sus cuitas letraheridas en ese ámbito ensoñado de lo literario. Un mundo que le era familiar a José Antonio y por el que transitaba con soltura encarnado en la peculiar figura de su personaje Campasolo.

Mi recuerdo queda ahora anclado en este número de Barataria; junto a mi gratitud a José Antonio por habernos dejado esta colección a la que sin duda alguien, algún día, tributará el homenaje que merece y que José Antonio recogerá desde allá arriba.

*Publicado en la revista Barataria (noviembre 2007).

EL ESCRITOR HUMANISTA. José Ángel Monteagudo

por José Ángel Monteagudo (Escritor)

Con José Antonio Román, se nos va uno de los escritores señeros en el panorama de las letras aragonesas. Parecerá pretencioso, pero quien lo ha leído sabrá el porqué de como hablo. Su dominio del lenguaje, su capacidad de síntesis –que se plasmaba en sus espectaculares y ocurrentes cuentos–, su desmesurada “fantasía real cotidiana” destilada con mordaces y brillantes comentarios, sus destellos irónicos tamizados con ternura entre líneas, su imponente conocimiento del vocabulario, el perfecto dominio de los tiempos en el relato… sería interminable describir su capacidad como escritor. José Antonio tenía amplia cultura -tanto literaria como general-, imaginación, creatividad y capacidad de trabajo, como para haber escrito multitud de nuevas joyas que hubiesen animado –y alegrado– el “muchas veces” aburrido y previsible mercado literario. Ha faltado tiempo, ese tiempo que le arrebató esa mezquina enfermedad a la que siempre ha mirado de frente.
Pero José Antonio era ante todo una gran persona. Una muy buena persona. Amigo de sus amigos, a los que recordaba y quería con mimo -me consta-. Un gran padre, un gran marido, un gran abuelo y un gran, grandísimo escritor, que nunca se jactó de ello, mas bien lo contrario; siempre intentó enseñar y animar a todos aquellos que se encontraban a su lado. Su capacidad cultural, creativa y humana estaba muy por encima de la media; nunca alardeó de ello, nunca intentó dejar a nadie en demérito aun coincidiendo con auténticos “metrequefes literarios” que se autoproclaman escritores y no saben usar el subjuntivo.
Él sí era ESCRITOR, con mayúsculas. Y LECTOR, con mayúsculas, pues a veces olvidamos que el arte de escribir depende sustantivamente de una cultura lectora arraigada y fuerte.
José Antonio descansa en paz, porque vivió en paz e irradió su sentido común allá por donde pasó. Hablaría interminablemente de él porque he hablado interminablemente con él y ahora, amén de haber perdido un padre y un amigo al mismo tiempo, me queda el regusto amargo de no haber seguido disfrutando de infinidad de nuevas charlas, sonrisas, comentarios literarios e intimidades varias, que el destino ha dallado dolorosamente. Pero lo que nunca nos podrá arrebatar el destino son los ecos (como persona) y latidos (permanentes con su obra) de su recuerdo.

EL FILIBUSTERO AMABLE por Angélica Morales

por Angélica Morales (Escritora y actriz)

Digamos que fue un fogonazo, la chispa de una llama enana que con el tiempo y la ausencia ha ido acrecentando en mí la admiración por Román. Su pérdida me trajo su renacimiento; su adiós, una bienvenida con olor a limón, a cigarrillo de cantina, a barba de filibustero, a clavel reventón, de esos que se asientan traicioneros en bocas asombradas, como la mía cada vez que me sumerjo en sus libros y se me escapa una risa saltarina imposible de atrapar, como su inmenso genio. No, no exagero un ápice. Los hombres de su calaña tienden a dejarte una huella invisible en el alma, fruncida a base de melancolías pasajeras.
Hablo desde el conocimiento mínimo porque mi encuentro con Román Ledo se caracterizó por su intensa brevedad. Por aquel tiempo yo andaba calzada de chulería, aupada en la vanidad propia de las que comienzan su andadura literaria, mirando a cada rato por encima del hombro ajeno, elaborando discursos literarios de postín, que desprendían un aroma caduco, a bola de naftalina. “A mí hábleme usted de Dostoyevski para arriba”, pensaba torera. Mi sentimiento literario viajaba en el transiberiano y lo peor del caso es que no tenía más parada que la estupidez mayúscula, precisamente en el domicilio de una servidora.
Pero al toparme con José Antonio toda aquella pose se vino abajo. Y no pude sino rendirme ante sus encantos, a ese no sé qué que hacía que todo se detuviese para escuchar su voz de lince viejo. Comprendí entonces que estaba frente a un escritor de categoría y los Chejov y Dostoyevskis le hicieron sitio en el salón de mi pensamiento, y comenzaron a hablar un sueco de andar por casa, tuteándose ya desde el inicio.
Luego compartimos vino y longaniza en Berrueco, donde las estrellas extienden un manto insensato y tan negro como el destino de los necios. Al abandonar nuestro refugio, Román me tendió un ejemplar de Barataria; en su interior hallé una reseña de mi primer libro y allí me bautizaba como “la pasión temprana”. Sentí una mezcla de estupor y satisfacción, porque de todos era conocido la antipatía que le producían las novelas históricas y la mía aún siendo tan personal, no dejaba de pertenecer al género. En casa mordí el halago, con fuerza, lo mismo que si entre mis dientes tuviese a la propia Sicilia. Hoy descansa en mi escritorio, a mano izquierda, la única que puedo utilizar con dignidad. Tiempo más tarde, Román acompañado por su gran amigo Javier Aguirre y el Hermes de las letras, Amadeo Cobas, protagonizaron un intento fallido de secuestro, al que la que les escribe opuso una resistencia teatral, como la actriz que nunca he dejado de ser. Fumaba Román despacio mientras los demás reíamos a causa de uno de sus comentarios Y soplaba el viento en Huesca, la ciudad que lo vio nacer, un latigazo invisible que parecía fustigar su paso por este mundo. Nos despedimos como si tal cosa, con mucha chanza festivalera y la promesa firme de un nuevo encuentro que no se produjo porque la Pepa se lo llevo consigo más tarde, una primavera tan hermosa como despiadada. Y más tarde aún asistí a su homenaje, y me emocioné con sus amigos, con su familia, con la gente que quiso acompañar su hasta luego. Porque estoy convencida de que sólo es eso, un bye, bye, señores, pídanme un vino blanco que ahora vuelvo.
La muerte es muy suya y a veces no le gusta hablar ni de Dostoyevski ni de Román Ledo.

Román Ledo: Contar y provocar. Antón Castro

por Antón Castro (Escritor)

PERFIL DEL AUTOR

Invocábamos ayer, como quien dice, a un puñado de escritores oscenses. Bastantes, de mérito, con un lugar en los anaqueles y en los manuales, y vivos, con brioso porvenir. Seguramente nos hemos olvidado alguno, pero entre los olvidados está uno de palpitante actualidad como José Antonio Román Ledo (Huesca, 1943), que acaba de publicar en Huerga & Fierro el volumen “Repertorio de engaños”, una colección de relatos de trasfondo surrealista con su tamiz esperpéntico y expresionista, y un lenguaje rebuscado en ocasiones, elaborado, arcaizante, recuperador de vocablos que se han quedado arrumbados en la prosa, en las ficciones y en los copiosos diccionarios de antaño.

Características comunes a todos los relatos son el humor, su sentido libresco (trascendido de inmediato: la cultura o la erudición es un camino hacia la vida), la variedad de paisajes y países y asuntos (lo mismo aparece la botella de anís del mono que Robert Taylor en “Caravana de mujeres” con la correspondiente alusión a Plan, Darwin o una soprano enigmática), y un concepto del cuento que rebosa clasicismo. Todos los cuentos, que arrancan de una frase o de una entrada concreta en una enciclopedia (“cada frase genera una idea”, señala el autor), están concebidos según el canon de conflicto, nudo y desenlace, o de principio, “medio” o “mitad” y fin “claro e inesperado”. Hay un homenaje explícito a Huesca y al Pirineo en su libro, prologado por Luis del Val, en el uso de topónimos oscenses o de pueblos del Alto Aragón que ya han desaparecido: Barbusa, Urbán, Sulupuico o Búbal, entre otros.

Un encuentro con José Antonio Román Ledo puede deparar gratísimas sorpresas. Por ejemplo, no sabíamos que había nacido en Huesca, de ahí nuestro olvido, muy cerca del parque. Su padre era funcionario de Correos, y la familia vivió en esta capital hasta 1950. Román Ledo, que es su nombre literario, tiene tres hermanos: Mari Luz, ya finada, Santiago y Carmen, que son profesores y que fueron sus iniciadores en el mundo de las letras. Vivió una infancia de niño enfermo de bronquitis crónica, y en esa época se dio un atracón de lecturas: prospectos farmacológicos, cajas de cerillas, hojas de galletas Artiach, con un personaje de cómic como Chiquilín, y los autores clásicos: Julio Verne y Emilio Salgari, pero también devoraba tebeos. Una de sus primeras bibliotecas fue la llamada “casita de Blancanieves”, en el parque, muy cerca de las pajaritas de Ramón Acín. Y tenía una abuela que le arrojaba cuentos clásicos en su cerebro como un sortilegio con personajes irrepetibles.

Esa experiencia le lleva a decir: “Me encanta contar historias y que me las cuenten. Yo tuve una abuela que me contaba historias sin cesar. La tradición oral es eterna”. Reconoce como referencias a Cervantes, el maestro de cajas chinas, o de cuento dentro del cuento dentro del cuento, Julio Cortázar, Augusto Monterroso, el primer Cela, Valle-Inclán, Poe, Lovecraft, el “Mendoza más divertido” y Francisco de Quevedo. Lo más curioso es que este libro se ha desgajado de un proyecto totalizador de más de 600 páginas, “El Encyclopaedion”, que narra la historia de seis personajes que se refugian en una bodega vinícola en el Moncayo –del cual el narrador ha escrito una guía para Júcar-, ante la inminente amenaza de ataque nuclear, y se entretienen contando historias, un total de 120 cuentos. Quizá por ello, Román Ledo (autor del volumen “La serpiente multicolor” (IFC, 1999), declare “letraherido que no escribe libros sensatos”.

2. ENTREVISTA

José Antonio Román Ledo (Huesca, 1943) es narrador, poeta y viajero. Autor de “La serpiente multicolor”, publicó en Huerga & Fierro su libro más ambicioso: “Repertorio de engaños”, 20 cuentos surrealistas, preñados de humor, invención, y variedad de épocas, ciudades y asuntos.

TITULARES:
1. “Soy un letraherido que no escribe libros sensatos”

2. “El ámbito del lenguaje no puede
ser el de la telebasura”

-¿Cuál es el origen de “Repertorio de engaños”?
-Un proyecto mucho más extenso, “El Encyclopaedion”, una especie de “Decamerón” con 120 cuentos que narran una serie de personajes refugiados en una bodega vinaria del Moncayo. Esos cuentos parten de un pie forzado, de un par de líneas de una entrada de texto, que es el pretexto, el preargumento, para redactar un relato. Ese proyecto tiene alrededor de 600 páginas y de él he desgajado estas veinte piezas a partir de un pequeño ardid: el diálogo entre Sole y su abuelo, lector de enciclopedias.

-Pero, ¿cabe hablar de una idea unitaria del conjunto?
-Sería esta: para sobrevivir necesitamos engañarnos. Fabrico un cuento a partir de una línea, de una voz, de una anécdota. Y además no quiero perder mi raíz: si algo valoro es el sentido universal de lo aragonés.

-Hablemos de la atmósfera: esa inclinación surrealista, como dice el prologuista Luis del Val, el gusto por el esperpento, la presencia del humor...
-Me sale así. Hay muchas referencias y huellas en mi obra: soy un admirador de Valle-Inclán, del primer Cela, de Cortázar y Monterroso, de Eduardo Mendoza y de Quevedo. Del cuento dentro del cuento de Cervantes. Y de mucha más gente, como Poe o Lovecraft, que tienen un gran sentido del humor, aunque sea macabro. Este es un libro desaforado adrede: me gusta provocar, y a la vez intento normalizar las situaciones cotidianas. No quiero angustiar ni zozobrar, si acaso suscitar una reflexión a largo plazo. Somos poca cosa. Ojalá a veces fuésemos monos: son más solidarios, no se autodestruyen, se respetan más que nosotros, parecen más civilizados.

-Ha hablado de provocar un poco. ¿Su lenguaje arcaizante, barroco en ocasiones, infrecuente, no es también una provocación?
-Desde luego. Creo que en el lenguaje estamos llegando a unas cotas de pobreza bestial. Estoy harto de leer textos de autores que escriben como hablan. Eso nos va a llevar a la anemia lingüística. Acabo de oír hablar a unas jóvenes ecuatorianas: el léxico sudamericano es pura música. Mi lenguaje es aparentemente arcaizante: soy recuperador de términos en desuso. El ámbito del lenguaje no puede ser el de la telebasura. ¿Le digo una cosa?

-Por favor...
-El estilo se depura con el tiempo. Y yo también estoy en ese camino. A mí me encanta contar historias y que me las cuenten. Yo tuve, como suele decirse, una abuela que me contaba historias. La tradición oral es eterna. Ahora, con el calor, vengo a trabajar en autobús, y me saldrían ocho cuentos por día si tuviese tiempo de hacerlos.

-Otra característica de su libro es el cosmopolitismo, la diversidad de ubicaciones, ciudades, épocas...
-No quiero decir que he viajado mucho, aunque algo lo he hecho. Pero fíjese en Julio Verne. La clave es si tú tienes tu propio Macondo. Y mi Macondo particular es Quimpabán, un lugar imaginario que toma su nombre de un término agrícola, rústico, de Bulbuente. Y ese lugar tiene hasta una Banda de Viento. También me preocupa la variedad de temas: aquí se habla del anís del mono, de sopranos, de Robert Taylor y “Caravana de mujeres”, de Charles Darwin, de animales, de antropofagia, de la antigua Grecia...

-¿Cuál es su concepto del cuento?
-Para mí el modelo de estudioso y escritor de cuentos es el Enrique Anderson Imbert, que ha explicado a lo largo y a lo ancho la teoría y la estructura del cuento. Ha dicho que el anticuento es lo que se lleva cada vez más, que puede ser literatura, pero no es cuento.

-¿Dónde quiere ir a parar?
-Dejémonos de ambigüedades. Un texto sin conflicto, nudo y desenlace no es novela ni cuento tampoco, viene a decir. El cuento debe tener tensión narrativa. Hay un cuento de Anderson Imbert, “El leve Pedro”, donde narra la historia de un hombre que va perdiendo peso y al final se eleva por los aires. El cuento es un género cerrado, pero no es una cárcel, las palabras son libres e imaginativas, pero eso sí: hay que acotar acciones con sentido, a mí me gusta mucho el cuento realista al que luego se le suministra un golpe de efecto sin dejar de acatar la razón, hay que urdir tramas, crear personajes interesantes y bucear a tientas en la psicología también, y yo le pido al cuento que tenga su cronología: un principio, una mitad o intermedio y un fin.

-Es curioso esto que dice: sus cuentos son tremendamente librescos, metaliterarios, y en ese sentido muy contemporáneos...
-Es cierto. Me gusta la vida, pero me gusta la literatura tanto como la vida. Me siento letraherido desde niño, los folios en blanco han sido mi papel de cambio con los compañeros que tenían dificultades con las redacciones, aunque le confieso que no escribo libros sensatos.

-Usted fue uno de los asistentes a la creación de la Asociación de Escritores en Aragón en Daroca. ¿Cómo valora el encuentro y el posterior desarrollo?
-Muy positivamente. El mundo editorial presenta dificultades que invitan a asociarse, como hacen otros gremios. Me pareció muy bien: se dejaron al margen las dificultades que caracterizan este oficio. Allí nadie fue como novelista o como poeta ni de divino ni de nada. Se trataba de aparcar diferencias y de definir la sustancia de los problemas comunes que nos afectan para mejorarlos.

*Publicado en el Blog de Antón Castro

DESPEDIDA. Francisco Javier Aguirre

por Francisco Javier Aguirre (Escritor)

A los tres días de tu muerte, zarandeados aún por el viento de la ausencia, estamos a la espera de los signos que nos revelen tu destino más acá de nuestros corazones, en la intimidad sonora en que te desenvolvías adornando tu sonrisa tierna. Has sido un ejemplo humano para todos nosotros, para María Elena, Ana, Marta, José Ángel, Fran, para tus nietas, presumido bi-abuelo, como te titulabas, para el resto de tu familia, para tus vecinos, para tus amigos. Ejemplo de entereza ante el sufrimiento, de esperanza frente a la implacable enfermedad, de constancia ante la página en blanco que acabaste por llenar convirtiéndola en tu último libro, de generosidad participando en cuantas iniciativas culturales te salían al paso, de solidaridad literaria –rara avis– apoyando las industrias creativas de los colegas a través de la revista ‘Barataria’ que dirigías… en fin, de tantas cosas, que la memoria llena de megas está ahora llena de ti en muchos de nosotros, en prácticamente todos quienes te conocimos y tuvimos el privilegio de tu amistad. Ninguno de los humanos es imprescindible en este mundo, pero hay huecos que permanecen para siempre en el corazón despierto. Y esos huecos indelebles están llenos de luz y de sonrisas, de bromas majaderas y paradojas felices, de tu imaginación locuaz y bullanguera, de tu discreción austera para con los necios y de tu abrazo deslumbrante a los humildes, un abrazo que ha ido sembrando a tu alrededor las semillas del afecto y del entendimiento.

Descansa, amigo, en la alteración de nuestras vidas, y haznos participar como sea posible de la paz que ya disfrutas.

(Publicado en Heraldo de Aragón el 27-4-07)