23 abr 2010

Desayuno en Quimpabán

La primera luz funde el paño vaporoso en los cristales de la madrugada bajo cero. Sobre la mesa de la cocina extiendo el Heraldo. Apuro el café a breves buches, paladeo el humo aromático de un Chester. Abro el suplemento literario... me topo de nuevo con la impía cruzada: "El placer de vivir sin tabaco", ¡Pobre Terenci!. El ojo inquisidor no tolera zonas de sombra, reductos de aire viciado, reservas de vida nefanda, malos ejemplos de seres que osan arder por cuenta propia...

Leo las letras gruesas, las entradillas, paso las hojas con la presura de quien se siente sorprendido en culpa inconfesa. Desazón y zozobra, duda cerval, presagios de alquitrán y fosa séptica... Mejor aplazar la lectura contrita hasta el mediodía, aguardar la templanza álgida del sol adolescente en este febrero que pugna por rasgar la capa de escarcha. Al cerrar el diario, un destello ilumina tristuras... La faz amiga del hombre bueno, El ritmo y las cuadernas, Viridiana, Nazarín,Tristana... ¡Julio Alejandro!.

Desde la cumbre del Moncayo, en días claros, puede otearse el Paseo de Recoletos, se vislumbran los hermanos de sangre, fumadores empedernidos en las cavas de la resistencia. Abro otra vez las hojas -flor de rotativa- me reconcilio con la placenta de papel impreso, preparo otro café soluble, enciendo el segundo cigarrillo de fogueo en esta ya tibia mañana.

José Antonio Román Ledo

*Queridos amigos: rescato este "desayuno" inédito de Román para comenzar un nuevo 23 de abril sin su presencia física pero sí su aura permanente. Y me imagino a José Antonio recién levantado, elegante -hasta en la primera hora de la mañana-, con ese café perpetuo, ese cigarrillo humeante, el periódico abierto en sus manos... ese desayuno infinito que alargará a lo largo de su estancia en Quimpabán disfrutando del momento que nunca se apagará.

Y lo imagino mirando por la ventana de sus recuerdos (¿quién ha dicho que los finados no tengan recuerdos?), echando siempre la mirada hacia adelante porque esos recuerdos no tendrán un componente normal tal y como lo hacemos con nuestra visión actual, sino surrealista tal y como a él le gustaba mostrarse en sus obras. Por eso me imagino a José Antonio acordándose en visión poliédrica de todos nosotros, animando nuestras acciones desde esa ventana imaginaria, y cuando echemos nuestra mirada hacia Quimpabán -en esa dirección que todos conocemos por pura intuición-, veremos a Román en su ventana apurando la última calada de ese cigarrillo y guiñándonos el ojo desde este propio recuerdo.

José Ángel Monteagudo