27 dic 2008

EL ESCRITOR HUMANISTA. José Ángel Monteagudo

por José Ángel Monteagudo (Escritor)

Con José Antonio Román, se nos va uno de los escritores señeros en el panorama de las letras aragonesas. Parecerá pretencioso, pero quien lo ha leído sabrá el porqué de como hablo. Su dominio del lenguaje, su capacidad de síntesis –que se plasmaba en sus espectaculares y ocurrentes cuentos–, su desmesurada “fantasía real cotidiana” destilada con mordaces y brillantes comentarios, sus destellos irónicos tamizados con ternura entre líneas, su imponente conocimiento del vocabulario, el perfecto dominio de los tiempos en el relato… sería interminable describir su capacidad como escritor. José Antonio tenía amplia cultura -tanto literaria como general-, imaginación, creatividad y capacidad de trabajo, como para haber escrito multitud de nuevas joyas que hubiesen animado –y alegrado– el “muchas veces” aburrido y previsible mercado literario. Ha faltado tiempo, ese tiempo que le arrebató esa mezquina enfermedad a la que siempre ha mirado de frente.
Pero José Antonio era ante todo una gran persona. Una muy buena persona. Amigo de sus amigos, a los que recordaba y quería con mimo -me consta-. Un gran padre, un gran marido, un gran abuelo y un gran, grandísimo escritor, que nunca se jactó de ello, mas bien lo contrario; siempre intentó enseñar y animar a todos aquellos que se encontraban a su lado. Su capacidad cultural, creativa y humana estaba muy por encima de la media; nunca alardeó de ello, nunca intentó dejar a nadie en demérito aun coincidiendo con auténticos “metrequefes literarios” que se autoproclaman escritores y no saben usar el subjuntivo.
Él sí era ESCRITOR, con mayúsculas. Y LECTOR, con mayúsculas, pues a veces olvidamos que el arte de escribir depende sustantivamente de una cultura lectora arraigada y fuerte.
José Antonio descansa en paz, porque vivió en paz e irradió su sentido común allá por donde pasó. Hablaría interminablemente de él porque he hablado interminablemente con él y ahora, amén de haber perdido un padre y un amigo al mismo tiempo, me queda el regusto amargo de no haber seguido disfrutando de infinidad de nuevas charlas, sonrisas, comentarios literarios e intimidades varias, que el destino ha dallado dolorosamente. Pero lo que nunca nos podrá arrebatar el destino son los ecos (como persona) y latidos (permanentes con su obra) de su recuerdo.

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