27 dic 2008

EL CIELO DE ROMÁN. José Luis Gracia Mosteo

por José Luis Gracia Mosteo (Escritor y Crítico literario)

“No ocurre con frecuencia, pero a veces el crítico se sorprende. Después de décadas leyendo novedades, ha llegado a pensar que es imposible hallar nada nuevo, pero de repente descubre un libro esperando como el arpa la mano becqueriana. Un arpa que, sin embargo, suena a saxo. Son los raros. Ese grupo de escritores inclasificables que nos agitan con una retina que nada tiene que ver con la nuestra. Y es que la experiencia de leer a un raro es como beber de un trago un vaso de tequila: no sabes si vas a acabar cantando o a acabar tumbado. Pasa con Vila-Matas, pasa con Julián Ríos, pasa con Román Ledo. ¿Román Ledo ha dicho? Eso mismo pensé cuando Javier Aguirre me habló de él para incluirlo en la colección Cantela. El libro tenía un título extraño, Gaseosas de Papel, y contaba con cien microrrelatos. No llevaba leídos una veintena, cuando me sumí en la perplejidad. Pero, ¿es posible que haya escritores capaces de hacer relatos a base de palíndromos, anuncios publicitarios, etiquetas de vino y declaraciones de notario? ¿Es posible recrear sin perder la originalidad un episodio de violencia doméstica, resucitar a Sacher-Masoch o recrear al Gregorio Samsa de Franz Kafka? Pues sí. Decía Paul Valéry que “no existe lo inefable, sólo lo inexpresado”, y tiene razón. Román Ledo es la prueba. Por eso en este milenio donde parece que todo está dicho, el hallazgo de nuevas formas de expresión donde la forma retuerce el fondo como la joroba al jorobado (he ahí la introducción de Víctor Hugo a Notre Dame de París), es una experiencia similar a la de contemplar por vez primera una obra cubista. Son autores peligrosos de los que no cabe fiarse por imprevisibles. Autores arriesgados que se la juegan en cada libro. Pero son tan originales que uno no puede evitar quererlos leer. Yo, por ejemplo, jamás le dejaría las llaves del coche a Román. Sin embargo siempre abriría un libro suyo. Siempre querría descubrir lo que hace”, eso escribía hace un par de años en El Monstruo del Espejo.

Ahora Román se ha ido pero su literatura sigue asombrando a quien lo lee, me sigue asombrando, sigue viva. Como su autor. Porque un escritor está vivo mientras hay alguien que lo lee, y José Antonio Román Ledo invita a ser descubierto como una isla ignota pero, sobre todo, invita a ser releído. Es por eso que no imagino a José Antonio lejos, sino cerca, tal que ahí, recostado como un ángel en mi biblioteca, esperando la voz que le diga “levántate y habla”. Por eso José Antonio Román Ledo nunca morirá: por la misma razón que no dejo las llaves del coche al lado de sus libros. Y es que sabe Dios dónde sería capaz de irse para luego podérnoslo contar. Lo mismo al cielo. Y eso sí que no. Que todavía nos quedan muchas charlas. Todavía nos quedan muchos paseos. Aunque, si se va, no creo que sea difícil encontrarlo. Al fin y al cabo, como Ariadna y su hilo, como Pulgarcito y sus miguitas, ha dejado un buen rastro, ha dejado sus libros. Así que lo tiene claro si cree que se va a quedar en la urbanización esa de El Cielo.

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