27 dic 2008

PÁGINAS DE AMISTAD. Juan Marín.

por Juan Marín (Profesor)

No puedo recordar cómo conocí a José Antonio Román. Teníamos todos veinte años y cada día ocurrían mil cosas, todas distintas, veloces, deslumbradoras. Las personas interesantes surgían, de repente, en cualquier sitio: nos reuníamos mucho en las casas, en Los Espumosos, en el Niké, en la Librería Hesperia, en el paseo, en el cine Elíseos, en las sobremesas y en las madrugadas. Y siempre había alguien nuevo: un pianista de Jazz, un experto en Vivaldi, un periodista pro-Fidel Castro, un rojo borracho, un zumbao, un filólogo, un conde, un director de cine. Y también muchas chicas de Teruel y una pintora que se llamaba Julia y un dominicano pelirrojo. Y mucha gente del PC. Éramos mogollón en un camarote pequeño y desordenado, lleno de discos de música francesa y catalana y con el ruido de fondo constante de una máquina de ciclostil de la que salían volando textos panfletarios o poemas de Neruda. Creo que José Antonio Román apareció por allí a poner un poco de orden. Y ahora caigo en que las primeras veces que lo vi, fue siempre acompañado de Ignacio Prat. Entre los dos había una complicidad envidiable y envidiada. Pero pronto me di cuenta de que era Prat quien necesitaba a Román. Como acabaríamos necesitándole todos los demás poco a poco. Con José Antonio, uno se sentía siempre relajado en medio de aquel vendaval de la Zaragoza de los 60. Éramos frágiles e inseguros y España era un lago de aguas quietas con grandes turbulencias a poca profundidad. Había que sujetarse a alguien cuando el suelo se movía y él estaba siempre ahí, generoso y sabio, amable y sereno. Cariñoso. Amigo.

Pero tengo que aclarar algo, cuando hablo de José Antonio, no estoy hablando de una persona sino de dos. Porque me es imposible pensar en su rostro sin ver el de María Elena, su mujer. Pienso en la voz de él y la escucho mezclada con la risa de ella; voy a darle un abrazo y es a ella a quien noto cerca. Los Román: ellos dos nos han hecho sentir tan felices en tantos momentos, tantos años, a tanta gente...

Reconozco la originalidad de José Antonio como escritor pero he de aclarar que para mí, eso es algo secundario; él ha elaborado metáforas brillantes e inventado palabras muy ingeniosas pero, por encima de todo, escribió páginas de amistad tan intensas y verdaderas que han permanecido en el tiempo –en nuestra vida– como auténticas obras maestras de esa literatura que sólo se publica en la memoria y se guarda en el corazón.

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